Cuando el profesor nos dio la indicación a todos los participantes que formáramos grupos para realizar una actividad, miré alrededor, para conocer que compañeros se encontraban libres, pues eran los primeros días de clase y estábamos en proceso de conocernos. A escasos metros pude divisar a un compañero que mostraba un perfil bajo como solemos decir de las personas que no les gusta llamar la atención pero que en este caso, respondía al nombre del famoso escritor francés: Víctor Hugo. Con una seña le mostré mi interés de hacer un equipo – al cual se incorporaron otros compañeros como Martín y Pedro – para desarrollar las actividades académicas de los diversos cursos que componían el Programa de Dirección y Gestión de una reconocida casa de estudios.
Ese fue el inicio de una amistad bastante duradera entre mi persona y Víctor, la cual nos llevó a laborar juntos en diferentes proyectos. Nos unía la afición por la lectura y la pasión por la educación. Poseía una amplia cultura que era producto de las horas dedicadas a conocer las principales ideas de los autores y contrastarlas con la realidad, de tal forma que podía sostener conversaciones entretenidas e interesantes. Conversar con él suponía un aprendizaje constante, por eso había que estar atento a sus argumentos pues no sólo mencionaba a los autores sino la bibliografía necesaria por si deseábamos consultar la fuente de información. Poseía una lista de contactos y amistades muy variada, por ello, una de mis bromas consistía en decirle: Víctor, mejor dime a quien no conoces, eso es más fácil de responder. También tenía una memoria prodigiosa porque conocía las diversas avenidas, calles y jirones de los distritos de la ciudad. Aquí solía preguntarle: Víctor, ¿Tú no has sido taxista?
Era bastante disciplinado, porque si quedaba contigo en una reunión, allí estaba presente. Y era casi seguro que siempre llegaba puntual y acompañado de algún libro que leía durante el trayecto, que era una manera muy inteligente de aprovechar el tiempo. Cada vez que lo encontraba, mi pregunta recurrente era – ¿Qué libro estás leyendo? Enseguida me prestaba el texto y mientras lo revisaba, me ofrecía un breve resumen del mismo, que era el punto inicial para mantener una conversación durante algunos minutos. En algunas ocasiones me recomendaba algún libro y en otras me proporcionaba una copia del libro que estaba leyendo. Tenía la habilidad de saber escuchar y en una de las tantas conversaciones que habíamos sostenido me mostró su plan de vida en una hoja que guardaba celosamente dentro de un folder y que lucía desgastada por el paso de los años. Allí comprendí que las personas podían dirigir su propio destino en vez de dejarlo todo al azar. Comprendí que las decisiones que Víctor consideraba más importantes en su vida, las había planificado, llegando a cumplir con todo lo que se había propuesto. Eso quiere decirnos que a su vida le añadió un propósito. ¿Sabemos cuál es el nuestro?. ¡Nunca pienso jubilarme -solía decir- siempre hay cosas por hacer, salvo que la muerte me retire! Por ello decidió poner todo sus energías en un último proyecto, al cual deseaba dedicarle sus mejores esfuerzos en los próximos años. En relación a lo expuesto Stephen Hawking, el físico británico, dijo: No tengo miedo a la muerte, pero no tengo prisa por morir. Tengo mucho que hacer primero”.
Stephen Hawking
Pero ese último proyecto se truncó, no se podrá cumplir porque Víctor falleció hace unas semanas. La noticia de su muerte me entristeció porque fue un buen amigo y la mayoría de sus actos ejercieron una influencia positiva en muchas personas, permitiendo el crecimiento personal de las mismas a través de sus consejos que contenían mucha sabiduría. Por eso considero que fue uno de mis mentores. Y claro que lo echaré de menos. Extrañaré su llamada inesperada para invitarme a alguna conferencia, comentarme alguna noticia de coyuntura o unirme en algún proyecto desafiante. Las tragedias cuyo desenlace culminan en la muerte no anticipan la fecha ni la hora, por eso el filósofo y escritor romano, Séneca quizás tuvo razón cuando dijo: «Incierto es el lugar en donde la muerte te espera; espérela, pues, en todo lugar.»
Si el accionar del ser humano tiene la posibilidad de influir en otros para generar cambios positivos a nuestro alrededor ¿Por qué no hacerlo? ¿Cuáles son nuestros impedimentos y cómo podemos solucionarlos? ¿Deberíamos dar lo mejor de nosotros en vida antes que la muerte nos alcance? Y es que, siendo la vida la suma de todas nuestras acciones, depende de nosotros darle un propósito a nuestra existencia. Es decir tener un por qué vivir. Sin embargo para considerar si el tiempo que estamos viviendo es útil y productivo debemos hacernos algunas preguntas incómodas pero cuestionadoras como las siguientes: ¿Estoy haciendo lo que realmente quiero hacer? ¿Estoy viviendo mi vida o viviendo la vida de otros? ¿Estoy tomando mis propias decisiones o alguien las toma por mí? ¿Qué tipo de objetivos y metas estoy persiguiendo? ¿Qué actitud estoy tomando ante los sucesos de la vida? ¿Qué tanto esfuerzo le estoy poniendo a cada una de mis acciones? ¿Qué deseo aportar a la sociedad? ¿Cómo quiero que la gente me recuerde? ¿Qué tipo de impacto positivo estoy generando en las demás personas?
Siendo el ser humano muy renuente a la autoevaluación, las respuestas a las preguntas anteriores podrían incomodarnos, pero nos darían una idea de qué es lo que estamos haciendo con nuestra vida y replantear nuestro rumbo. Por lo tanto, las decisiones que tomemos por más pequeñas que sean deben estar orientadas a lograr que este mundo sea un mejor lugar para vivir. Pero debemos empezar ya, porque el reto es enorme y nuestro tiempo de vida corto. Y sería muy triste que al final de nuestros días añoremos la oportunidad que tuvimos y que la desperdiciamos sea por ignorancia o cobardía. Sólo hay una obligación, sólo un camino seguro -decía Winston Churchill – y es, intentar estar en lo cierto, y no temer hacer o decir lo que crees que es lo correcto. Hagamos que nuestra existencia, valga la pena, para no tener que extrañarla como así nos relató Homero, en el canto XI, de la Odisea, en donde el personaje central desciende al Hades – allí donde se iban las almas de los muertos – en busca del adivino Tiresias, encontrándose sorpresivamente con el alma de Aquiles. Entonces Odiseo toma la iniciativa iniciándose el siguiente diálogo:
”… Pero no hubo antes hombre alguno más dichoso que tú, Aquiles, ni lo habrá. Antes, en vida, te honrábamos igual que a los dioses los argivos, y ahora tienes gran poder entre los muertos, al estar aquí. Por tanto no te lamentes de haber muerto, Aquiles.
Así le hablé y él, al momento, en respuesta me dijo:
No me elogies la muerte, ilustre Odiseo. Preferiría ser un bracero y ser siervo de cualquiera, de un hombre miserable de escasa fortuna, a reinar sobre todos los muertos extinguidos. Como decía al principio y en palabras del novelista francés André Malraux : La muerte sólo tiene importancia en la medida en que nos hace reflexionar sobre el valor de la vida, pues cada día que pasa, caminamos inexorablemente hacia la muerte, Independientemente de la edad que nuestro DNI nos señale. De nosotros depende que nuestra actitud y comportamiento valgan la pena en nuestro vínculo con los demás. Y si deseamos cambiar el mundo, pues vayamos apurándonos, no vaya ser que a la muerte se le ocurra tocar ya mismo, nuestra puerta y sería una pena que nos encuentre llevando una vida de ficción, sinsentido e intrascendente.